Es aquella a la que no le prestas atención. Aquella a la que no contestas. No contestas por miedo, por falta de audición, o simplemente, porque no quieres. Una llamada perdida es aquella a la que has decidido no coger, sin contemplaciones. Son aqullas setenta llamadas perdidas que una vez me dejaste. Son aquellas señas de procupación hacia mí. Son aquellas que ya no están, que desaparecieron sin avisar. Que un día, caprichoso aquel, dejaste de llamarme, ni tan si quiera, para despedirte. Ni tan si quiera, para decirme adiós, seguido de un te quise. Querer en pasado, sí, pues ya no es ese verbo un presente contínuo. Y fue hoy, HOY, cuando recibí una llamada perdida. No de tí, no. De mi corazón, aquel que se quedó como el hierro, con miles de capas que no pudiste romper con tu débil, pero camelosa, mente. Aquel que quedó frío, aquel que no me abandonó como muchos. Me envió mil poesías cuando tú estabas, me releyó poemas de Bécquer, me contó demasiados cuentos del tipo La bella y la Bestia, siendo yo, la bestia. Me dedicaba canciones de Los Beatles, sin dedicárselo a otras tontas como yo, y les decía cosas bonitas a las mariposas de mi estómago. Oh, gran corazón y amigo el mío, que no me falla. Oh, pequeño trozo de hierro el que me dejaste. Hoy me llamó. Me dejó un mensaje en el contestador, era otra poesía, pues, gran poeta fue en sus tiempos mozos. Decía así:
-Gran pequeña luchadora, que tanto tiempo llorando estubo,
Siempre estaré contigo, aunque grandes tempestades sufrí,
Que tu amigo, como frío, miles de latidos dejó mudos...
Y que sin tu alegría y amor, corazas de hierro hay en mí.
Oh, pequeño corazón, ¡preocupado por mí estaba!, yo entre lágrimas, ¿qué hacer, sino? decidí ser fuerte (¡qué ironía decirme eso mientras lloro!), pues de valientes es sollozar con la cara descubierta, dijeron así sabios. Será cosa del destino escuchar lo que tu mente dice, pero, ¿quién le hace caso al destino, en estos tiempos? o mejor dicho, ¿qué babuino le hace caso a la mente, por las tempestades de hoy? NADIE. Pues como decían grandes cuentos populares que mi madre me leía de pequeña, las princesas, le hacen caso al corazón. Lástima que no tubiera aires de grandeza. Lástima no tener la sangre azul. Lástima no ser hija de grandes reyes, a pesar de que para mí, siempre fueron los gobernadores de mi persona, y lo más importante, mi cariño. Grandes padres aquellos que me criaron, que me hicieron sentir afortunada de tener gente que me quería, que dieron su vida por darme la mía. Grandes aquellos que me hicieron sentir sirena cuando nadaba en la bañera, ágila cuando me columpiaba, y rana, cuando saltaba a la comba. Pero no me dijeron nada de príncesas, y, ¡mucho menos de príncipes! ¿Qué se supone que es eso? ¿Esa gente que viene, te hechiza, y se va? No lo sé, no soy licenciada en el amor, y mucho menos, tengo libros de aquello a lo que se le llama, 'el más bonito, pero duro sentimiento'. Pero, ¿qué se le va a hacer? Espero tener suficiente valor como para responderle a mi pequeño gran corazón, que no sé si algún día podré ir a la tienda de la esquina a por destornilladores, y así por fín, quitarle la coraza de hierro que un día tú le dejastes. Oh corazon mío, a tí decirte que lo siento, que tú me has ayudado, que no has desaparecido como yo pensaba, que he vuelto. Una vez más, te dejaré una llamada perdida, en un contestador automático, que no sé por qué, hace tiempo que dejó de funcionar.
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