Algún día leeremos las cartas viejas,
roídas por los años,
por el polvo
y por las ausencias,
olvidadas hace tiempo ya en algún cajón
o entre esos libros infumables
que no abriremos nunca y
nos diremos en silencio
lo que extrañamos escribirnos;
que la vaciedad del hoy
es fruto del fatuo ayer
que nos dejó
a ti y a mi,
a nosotros,
mejores literatos que amantes,
tan solos y podridos
que humanizamos a los beodos
tristes y a las puertas de la arcada
cada uno en nuestro bar,
con grietas enamoradas de la desunión
con hongos en el estómago y
más atados al suelo
de lo que nunca
quisimos estar.
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